Revista Mendive, octubre-diciembre 2017; 15(4): 391-393
El prestigio en la comunicación pedagógica: un reto profesional en el magisterio
The prestige in pedagogic communication: a professional challenge in teaching profession
Yadyra de la Caridad Piñera Concepción1, Reinaldo Néstor Cueto Marín2
1Licenciada en Educación. Especialidad Español Literatura. Máster en Didáctica del Español y la Literatura. Doctora en Ciencias Pedagógicas. Profesora titular. Profesora e investigadora del Centro de Estudios Pedagógicos para la Educación General (CEPEG) de la Universidad de Pinar del Río “Hermanos Saíz Montes de Oca”.
Correo electrónico: yadyra.pinera@upr.edu.cu
2Licenciado en Educación. Especialidad Veterinaria. Máster en Ciencias de la Educación. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor titular. Profesor e investigador del Centro de Estudios Pedagógicos para la Educación General (CEPEG) de la Universidad de Pinar del Río “Hermanos Saíz Montes de Oca”.
Correo electrónico: reinaldo.cueto@upr.edu.cu
“El que sabe más, vale más”
José Martí (OC. T. 19, p. 375)
En el pasado mes de septiembre de 2017 la Isla sufrió los embates del huracán Irma. Los primeros boletines emitidos por el Centro de Pronósticos de nuestro país fueron dados a conocer por los medios de difusión masiva a través de especialistas en la rama, con el rigor científico acostumbrado. Sin embargo, se notaba la ausencia del Dr. C. José Rubiera, motivo por el cual la población preguntaba por el insigne académico constantemente. Luego se supo que estaba de viaje y, con su regreso apresurado, los cubanos pudieron contar con la orientación del meteorólogo referido.
La insistencia de los cubanos por tener al Dr. Rubiera al frente de cada explicación meteorológica no es casua; muy por el contrario, responde a su excelente labor como educador social, en cuanto a la supervisión y trayectoria de la temporada ciclónica en Cuba. Indudablemente, este profesor goza de un alto prestigio en la comunicación, porque su discurso, preciso, entendible, atinadamente reiterativo, ilustrativo, magisterial, puesto en función de la enseñanza y aprendizaje de la más diversa teleaudiencia, lo colocan en el plano de un comunicador-pedagogo, útil y especial, para el gran público. Sirva la anécdota como pretexto para reflexionar sobre un tema inagotable y de justificada vigencia en este mes de diciembre en la Jornada por el Día del Educador en Cuba.
A lo largo de la historia de la pedagogía cubana y universal, muchos son los maestros que se han destacado por su comunicación eficiente en el ámbito pedagógico. Ejemplos ilustres aporta esta ciencia en Cuba, tales como Félix Varela, Luz y Caballero, José Martí, Rafael María de Mendive, Enrique José Varona y otros. Cabe entonces preguntarse: ¿por qué han gozado de un prestigio excepcional estos maestros? ¿Qué ha distinguido su acto magisterial?
El punto de partida para las siguientes consideraciones se asienta en cuatro tesis:
En las más elementales fuentes bibliográficas prestigio se define como “la buena fama que disfruta una persona por sí misma o por su profesión” (Diccionario Laurousse, 2015. P.1237). El epíteto que acompaña al sustantivo fama conlleva la evaluación actitudinal de cualquier sujeto en un contexto social determinado. Y por añadidura, el prestigio asegura a ese sujeto, el regocijo de ostentar una condición privilegiada en lo personal y lo profesional. Por tanto, un maestro es prestigioso cuando ha dejado en sus coetáneos una dulce impronta de saber y ternura y se ha hecho acreedor de una elevada estimación por su labor profesional.
Pero, ¿cómo ha de ser la labor profesional tributaria a tal prestigio? Para responder esta interrogante es necesaria la acotación de las esferas de actuación del maestro. El proceso educativo en general, a través de las actividades docentes, extradocentes y extracurriculares, el entorno comunitario, la familia, las instituciones culturales, el barrio, los centros de recreación; todos son espacios en los que el maestro deviene ejemplo vivo, aún cuando sea la clase, entre todos los espacios posibles, el mejor escaño para transmitir a los estudiantes, al grupo, a los colegas, formas de pensar, actuar, crear y sentir, que es, en definitiva, comunicar pedagógicamente.
Cuando un maestro hace de su clase y de todas las actividades profesionales y sociales un ejercicio probatorio de conocimientos pedagógicos, didácticos (generales y específicos) y de cultura general, demuestra modos de actuaciones decentes, contentivas de valores universales, y lo expresa adecuadamente de forma verbal y no verbal en los diversos contextos. Hace de su desempeño una patente intransferible de prestigio profesional, lo que constituye la más notable evidencia de ser portador de una eficiente comunicación pedagógica.
El error de contenido, la preparación académica deficiente, la desactualización científica, conspiran contra la comunicación pedagógica y enturbian la imagen del maestro tanto como la frase soez, el ademán vulgar, la vestimenta inapropiada, la insensibilidad, el desapego a las normas morales. Modos de actuación contrarios a lo anterior, colaboran a favor de la estima colectiva de los profesionales del magisterio. Todos estos aspectos constituyen indicadores de evaluación de la comunicación pedagógica, en sus dimensiones cognitiva, procedimental y actitudinal.
Aún cuando la quimera de un buen maestro sea alcanzar ese prestigio manifestado de forma concreta en su comunicación pedagógica, no es gratuita su obtención; muy por el contrario, un sistema de procesos converge antes y durante su formación permanente como profesional de la educación, y se erige en los pilares de su ejercicio magisterial.
La vocación es esa voz interior que inclina al sujeto desde las edades tempranas a centrar su actividad lúdica en su rol de maestro y permite, imitativamente, el desarrollo de modos de actuación incipientes, a la imagen y semejanza de sus primeros maestros. Esa misma voz, pasado el tiempo, se vuelve imperativa y propicia la motivación intrínseca hacia el magisterio, consecuencia de una posterior toma de decisiones a favor de la labor pedagógica. El germen superior y perdurable de un maestro ejemplar, prestigioso, parte de esa semilla iniciática que es la vocación. Evitar la equívoca mediocridad en un profesional, sobre todo del maestro que es en resumen un médico del alma, parte de conceder a la vocación el papel de consejera que la define. Un maestro por vocación nunca se siente listo, es siempre un principiante que le ofrece a su formación el decoro de la entrega continua. Nunca se siente completo, su insatisfacción deviene inquebrantable preparación para ejercer como “evangelio vivo”.
La instrucción aporta el cúmulo de conocimientos, datos, hechos, y los métodos para enseñar de manera más didáctica, amenizando con sapiencia los profundos, y a veces intrincados, vericuetos de la ciencia que se imparte. La educación, par dialéctico de la instrucción, va dirigida al sentimiento, al despertar de conciencias, a la emoción, a las cualidades morales, a los valores espirituales, cumpliendo entonces su doble función ética y estética.
Como toda actividad, el estudio y el trabajo significan esfuerzo, empeño y dedicación, precisan de ese querer ser y hacer, siempre transversal de lo individual y lo colectivo. Por tanto, solo una vocación bien orientada hacia una meta profesional, se convierte en resorte motivador para llegar a ser un maestro de excelencia desde esa indispensable dualidad de los instructivo y lo educativo. No solo la función docente propiamente dicha ni la investigación ni la superación permanente, complementan a ese ser único, pues siempre el gran maestro debe dejar en cada cual un extraordinario deseo de seguirlo en su ruta evangélica, a la manera de orientador, no solo en lo personal y lo grupal, sino especialmente en lo profesional; pues, a decir del entrañable profesor Horacio Díaz Pendás “… como sin querer…” , ejerce un dulce imperio sobre el corazón de sus alumnos, contribuyendo a la educación de los demás como pago a la recibida, y como respuesta al reclamo del sentido común, aún en tiempos de las llamadas sociedades de la información y del conocimiento.
Para concluir, una sola tesis final. El maestro es únicamente maestro. Lo es siempre, en todos los espacios y de por vida. Entonces, “Lee lo que digo, y créelo si te parece justo. El primer deber de un hombre es pensar por sí mismo”(Martí, J. OC. t. 19 P. 381, 1975).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Gran Diccionario de la Lengua Española. Diccionario Laurousse. 2015. P. 1237.
Martí Pérez, José (1975): Obras Completas. Tomo 19. La Habana. Cuba. Editorial Nacional de Ciencias Sociales, p. 381.